miércoles, 22 de febrero de 2017

Otro tipo de silencio

Os hago partícipes de algo que escribí hace muy poco:

Por experiencia sé, que las lágrimas reconfortan las heridas de una alma apesada por dolores que transcienden lo físico. Mas allá de las cicatrices producidas en los constantes golpes a nuestros cuerpos, más allá de la interminable lista de fracturas emocionales acaecidas durante todos nuestros años de existencia, los humanos tenemos un poder, el de sanar, cubrir con un suave manto húmedo, salado y plagado de tristeza aquellas partes que nos duelen, pero que duelen por dentro. La sensación de congoja, un vacío, como si de un pozo profundo se tratase, en el pecho, cuando sabes que algo no va bien, que algo debe avanzar pero que a ti te gustaría que quedase así, roto pero aún sensible, para poderlo disfrutar una vez mas. El dolor constante que, al no poder combatirlo, lo atacamos con lágrimas, como si pudiéramos inundarlo, ahogarlo en una mar salada, así acallándolo. Pero cuando pasa la riada, cuando el agua vuelve a su cuace, cuando puedes ver el reflejo de lo que te está pasando, vuelve aquella maldita sensación, que sabes que poco a poco te va consumiendo, como si te destrozarse. Pero el dolor del abatimiento, el rugir de una entrañas llenas de lágrimas, vuelve como si de un depredador se tratase, atacando a su indefensa presa cuando mas débil y vulnerable se encuentra. Y así, abatido y sinsentido, un existencia plagada de dudas, de preguntas, de respuestas que clamas al cielo pero que no sabes con certeza si, al saberlas, cerrarás una herida, o abrirás mil. 

Miradas vacías

Cada cual enfoca su vida desde una perspectiva u otra, lo que nos convierte a todos en una realidad, con muchísimos matices, con infinidad ...