Las mañanas siguen siendo mañanas
y las noches, predecesoras de la oscuridad absoluta, nos saluda desde
el ocaso, vencedora en su campo de batalla. La felicidad relativa
sigue oscureciendo nuestro día y la paz se ve perturbada cada vez
que alguien desconocido toca la puerta de nuestra zona de confort.
Desconocemos aquello que en algún momento fue conocido y desechamos
ideas remotas que en momentos mejores eran grandiosas. Nuestro estado
de ánimo determinará la grandeza de nuestra proezas. Rescatando
algo que escribí hace tiempo:
“La repetición excesiva de
algunos conceptos puede calar hondo en la mente de algunas personas.
Repetir mil veces “eres un perdedor” sin que esto sea cierto,
puede llevar a esa persona a la aceptación y a una futura
incorporación a su carta de presentación personal”
Dicha cita aún sigue asomándose
encima de una estantería y, cada mañana, cuando abro los ojos, veo
el mismo papel. No importa que vuelva a leerlo por enésima vez
seguida porque sé exactamente lo que dice. Ese trozo de papel que se
asoma me ayuda a intentar ser mejor persona, que no es lo mismo que
ser imbécil. El documento en si es mucho mas largo. Lo titulé “los
31 de febrero nunca han existido” y fue aquella pequeña parte
de mi que empezó a coger forma. Entre la montaña de hojas, de la
que hablé en el primer post,
existen ideas que esperan ser desarrolladas, hojas enteras dedicadas
a pensar y a planear. Pero nada mas lejos de la realidad, algunas son
realmente interesantes para mi.
Mi
andanzas literarias empezaron analizando y devorando los libros de
Carlos Ruiz Zafón, mi inspiración. Su narrativa al igual que sus
historias me cautivaron a
los diez años y, lo que empezaba siendo un reto con mi hermana,
acabó por enamorarme perdidamente de sus personajes. Un momento
histórico para mi desconocido pero la esencia del cual él consiguió
transmitirme a la perfección. El pesar y el hambre se sucedían
mientras un fantasma perseguía a un joven que aspiraba a ser como su
padre. Sus historias me ayudaron mas a entender la etapa de juventud
que vivieron mis abuelas. Mi próximo paso, a los trece años, fue
Ken Follet. Harto de que la gente me recomendara “Los
pilares de la tierra” como
un libro que leer antes de morir, me compré una versión muy
sencilla. En dos meses, mi joven mente acabó aquel clásico de la
literatura moderna. Capté muchos detalles pero comprendí la
plenitud de la obra mas adelante, cuando decidí volver a leerla por
pura intriga. Posteriormente, J.K Rowling y su venerado (por mi
parte, al menos) Harry Potter ocupó un sitio privilegiado en mi
estantería. Dan Brown, Matilde Asensi, Katherine Neville, clásicos
como Moby Dick de Herman Melville, Sherlock Holmes de Sir
Arthur Conan Doyle, los
relatos de Edgar Alan Poe, la leida infinidad de veces Hamlet y Romeo
y Julieta de William Shakesperare. Desde Carlos Ruiz Zafón (del que
me he comprado todas las obras para volverlas a leer, dado que
algunas se han perdido en uno de tantos préstamos, causado por mi
recomendación) , mi estantería se ha ido llenando de las obras que
realmente han sido trascendentes en mi vida.
Actualmente,
comparten espacio por mis otras tres pasiones: el cine, la música y
la escritura. Todas se complementan a la perfección, hasta el punto
de estar mirando ahora mismo la primera entrega de Harry Potter (y la
Piedra Filosofal), mientras escucho Unorthodox Jukebox de Bruno Mars
y escribo este post, con El
ocho de Katherine
Neville justo al lado, intrigado por las próximas páginas. Con
esto quiero advertir a todo el mundo que si algo realmente te gusta,
puedes complementarlo perfectamente con tus “obligaciones diarias”.
Siempre encontraremos tiempo para hacer lo que realmente nos gusta. Y
para despedirme:
“Mas allá de los confines de
la verdad, existe el miedo y la oscuridad. Mas allá, la paz”